Jaime Menéndez cuando residía en Nueva York. |
Por este artículo recibí una felicitación muy
especial, la de ADOLPH SIMON OCHS, dueño del periódico desde
1896. Lo adquirió tras solicitar un préstamo bancario, y gracias a su
política el rotativo pasó en la década de los 20 de 9000 lectores a 780000.
Todo un récord. Fue él quien ordenó, en 1904, el cambio de ubicación de la
sede central a la plaza de “Times Square”, en el corazón de Manhattan
–como ya dije– una zona llena de vida, color, ambiente, cafés, teatros,
tiendas, cines...
Ahí me aboné a Harold Lloyd, el “Spiderman” del cine mudo, a CHARLES CHAPLIN,
Charlot para la posteridad, al GORDO Y EL FLACO, a los
geniales HERMANOS MARX y a BUSTER
KEATON, apodado “Buster, el destructor”, por su padrino
Harry Houdini. Tras verlo caer con sólo tres años por una
escalera y salir del percance sin un solo rasguño y dando volteretas
de alegría, dijo: “Este niño tiene la cabeza más dura que un destructor de la
Armada de los Estados Unidos”. Unos años
más tardes, Buster ayudaba en un show a sus padres, que lo lanzaban de punta a
punta del escenario y lo pisoteaban;
el gag se titulaba “El estropajo humano”. El pequeño “Buster” salía
ileso de todos los lances. A partir de 1921
produjo sus propios cortos y largometrajes. En una ocasión, un crítico le catalogó de “genio”, y Buster
respondió: “¿Cómo se puede ser un
genio con un sombrero plano y unos enormes
zapatos?” En otra ocasión le dijeron que su película THE GENERAL
reflejaba mejor la Guerra de Secesión que LO QUE
EL VIENTO SE LLEVÓ, a lo que contestó: “Mientras unos recurren
a las novelas para encontrar argumentos, otros recurren
a la historia”. También le llamaban “Cara de Palo”, porque su rostro era tan
impasible, tan circunspecto, tan hermético, tan hierático como un
pivote de madera. Sin embargo en España le llamaban “Pamplinas”. Sus mejores
películas fueron La ley de la Hospitalidad, El
moderno Sherlock Holmes, y El Maquinista de La General (THE GENERAL). Esta última era mi
predilecta; al verla, aparte de morirme de
risa, no podía evitar evocar un viaje
que hicimos al Monte Washington, en Julio de 1928. Un viaje que comenzó en Nueva York, en el auto de MR. WHEAT –jefe del departamento de
biología–, un Ford T en el que íbamos un total de cuatro adultos y
tres niños, siete personas...
Jaime Menéndez en su etapa de Nueva York. |
... El enorme tamaño del coche nos permitió ir holgados durante
toda el trayecto. Arribamos a la base de las White Mountains,
que cubren un cuarto del Estado de New Hampshire y una pequeña porción de
Maine Occidental, formando parte de los Apalaches, la cordillera más
rugosa de Nueva Inglaterra, cuyo pico más alto, el Mount Washington,
mide 6288 pies (o sea, 1917 metros). Allí nos encontrábamos, en la
base del primer parque temático de los Estados Unidos (¡o el
segundo, qué importa!), con su restaurante, una construcción
típica de madera, rústica, con cuatro enormes ventanales en
la fachada principal, con un tejado abuhardillado, y una gran
chimenea; su caseta del guardia, su aparcamiento concurrido de Fords T y
algún Pontiac, su gran pórtico que indicaba el principio de la cañada, su mascota atada a un poste, un osezno, cuyas zarpas portaban unas
auténticas cuchillas de afeitar, y
cómo no, su gigantesca bandera. La bandera de los gloriosos Estados Unidos de
América. Todo ello en la inmensidad de un paisaje abrupto, con frondosos trigales, con una temperatura algo fresca, con un
bosque verde, muy verde... vamos, tan
verde que parecía Asturias.
Jaime Menéndez, en 1928, durante el viaje a Mount Washington. |
La famosa pasarela camino de Mount Washington. |
Poco después nos situábamos delante de la estrella del parque, el MOUNT WASHINGTON RAILWAY... por si hay algún despistado, el Ferrocarril del
Monte Washington. Una maravilla de la ingeniería. Comenzó a funcionar
el 3 de Julio de 1869 sobre una pendiente de casi 5 km y con un desnivel
máximo del 37%. La locomotora, gallarda, tenía un ventanal
rectangular de 2 metros de ancho por 1 de alto, una chimenea
similar a un embudo, con la parte delantera en forma de cilindro
inclinado, donde se encontraba la caldera, y un sistema de rodamientos
internos, innovadores en su día, llamados Cog (dientes de piñón).
Tiraba de una pequeña vagoneta cargada de carbón y empujaba el imponente vagón
de pasajeros. Vagón de madera, con sus doce ventanillas en forma de arco y sus doce
filas de asientos separadas por un pasillo central. Ahora entenderán
por qué la película de Buster Keaton me evocaba todo esto: “¡Más madera, más
madera!”...
El Ferrocarril de Mount Washington. |
–¡Que no, hombre, que eso es de la peli de Los
Hermanos Marx en el Oeste!–. Alguien exclama. Y es que aquí, en el Más Allá,
no pasan ni una.
... La verdad, fue toda una experiencia llegar a la cima
del MONTE WASHINGTON.
Tuvimos mucha suerte, ya que el día estaba totalmente despejado y pudimos
deleitar nuestras retinas con la visión, en el horizonte, de Québec y del
Océano Atlántico. Deseé que, si algún día tenía
descendientes, alguno de ellos pudiese contemplar este sublime panorama;
ahora bien, teniendo mucho de cuidado que no se los llevara el viento,
que en esta zona sopla con la mayor virulencia del mundo,
alcanzando 231 millas por hora... más o menos unos 330
kilómetros. Ni uno más ni uno menos...
El Lago Clouds. |
Mi colección “librera” prosperaba y prosperaba, con ejemplares
que eran auténticas obras de arte por su texto, por sus ilustraciones,
por sus encuadernaciones, por sus fundas...
Como por ejemplo: SURPRISING ADVENTURES OF ROBINSON CRUSOE del genial DANIEL DEFOE,
con excelentes dibujos de EDWARD A. WILSON, y
estampado por THE LIMITED EDITIONS
CLUBS (1930); o“J. C. OROZCO” un
ejemplar único impreso por DELPHIC STUDIOS
(1932), con una introducción de ALMA REED,
escritora y periodista de THE SAN FRANCISCO
CALL y
compañera de THE NEW YORK TIMES. JOSÉ CLEMENTE
OROZCO (1883-1 949) era un pintor mexicano nacido
en Zapotlán (Jalisco) que junto con DIEGO RIVERA
dirigió el renacimiento Mexicano y el compromiso
político hacía unos ideales más justos para la clase obrera. Entre
sus trabajos destacan los murales del Palacio de Bellas Artes, La Universidad
de Guadalajara, el Colegio Pomona en California, el Dartmouth
College de Nueva York...
Bueno, y se preguntarán de mis devaneos amorosos.
Pues les diré que me gustaban las mujeres, y que hasta ese momento
sólo una, EVELYN, una chica de NEW JERSEY,
que conocí en la universidad, de familia pudiente, le encantaba y practicaba
equitación, inteligente, dulce, amable, guapa y de cuerpo
muy sugestivo, llenó parte de mi corazón. Pero no lo suficiente
como para ser la mujer de vida.
Jaime Menéndez en su juventud, en Nueva York. |
A mediados de 1932, THE NORTH AMERICAN NEWSPAPPER ALLIANCE me envió
a Madrid para realizar una serie de reportajes sobre la Segunda República Española; intuí entonces que aquel encargo supondría un gran
cambio en mi vida.
Y así fue.
Pero no se vayan todavía que aún hay
más.
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