martes, 18 de marzo de 2014

Cuarta selección de algunos de los párrrafos más representativos de La epopeya del "Chato" de ediciones www.bubok.es, obra de A. Febus (J. M. Menéndez), entrenador personal y finalista del campeonato de Europa de Culturismo Natural (doping free). Copyright : J. M. Menéndez.


Jaime Menéndez cuando residía en Nueva York. 
Por este ar­tículo recibí una felicitación muy especial, la de ADOLPH SIMON OCHS, dueño del periódico desde 1896. Lo adquirió tras solicitar un préstamo bancario, y gracias a su política el rotativo pasó en la década de los 20 de 9000 lectores a 780000. Todo un récord. Fue él quien ordenó, en 1904, el cambio de ubicación de la sede central a la plaza de “Times Square”, en el corazón de Manhattan –como ya dije– una zona llena de vida, color, ambiente, cafés, teatros, tiendas, cines... Ahí me aboné a Harold Lloyd, el “Spiderman” del cine mudo, a CHARLES CHAPLIN, Charlot para la posteridad, al GORDO Y EL FLACO, a los geniales HERMANOS MARX y a BUSTER KEATON, apodado “Buster, el destructor”, por su pa­drino Harry Houdini. Tras verlo caer con sólo tres años por una escalera y salir del percance sin un solo rasguño y dando volteretas de alegría, dijo: “Este niño tiene la cabeza más dura que un destructor de la Armada de los Estados Unidos”. Unos años más tardes, Buster ayudaba en un show a sus pa­dres, que lo lanzaban de punta a punta del escenario y lo pi­soteaban; el gag se titulaba “El estropajo humano”. El pe­queño “Buster” salía ileso de todos los lances. A partir de 1921 produjo sus propios cortos y largometrajes. En una oca­sión, un crítico le catalogó de “genio”, y Buster respondió: “¿Cómo se puede ser un genio con un sombrero plano y unos enormes zapatos?” En otra ocasión le dijeron que su película THE GENERAL reflejaba mejor la Guerra de Secesión que LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ, a lo que contestó: “Mientras unos recurren a las novelas para encontrar argumentos, otros recu­rren a la historia”. También le llamaban “Cara de Palo”, porque su rostro era tan impasible, tan circunspecto, tan hermético, tan hierático como un pivote de madera. Sin embargo en España le llama­ban “Pamplinas”. Sus mejores películas fueron La ley de la Hospitalidad, El moderno Sherlock Holmes, y El Maquinista de La General (THE GENERAL). Esta última era mi predilecta; al verla, aparte de morirme de risa, no podía evitar evocar un viaje que hicimos al Monte Washington, en Julio de 1928. Un viaje que comenzó en Nueva York, en el auto de MR. WHEAT –jefe del departamento de biología–, un Ford T en el que íba­mos un total de cuatro adultos y tres niños, siete personas...
Jaime Menéndez en su etapa de Nueva York.
... El enorme tamaño del coche nos permitió ir holgados durante toda el trayecto. Arribamos a la base de las White Mountains, que cubren un cuarto del Estado de New Hampshire y una pequeña porción de Maine Occidental, for­mando parte de los Apalaches, la cordillera más rugosa de Nueva Inglaterra, cuyo pico más alto, el Mount Washington, mide 6288 pies (o sea, 1917 metros). Allí nos encontrábamos, en la base del primer parque temático de los Estados Unidos (¡o el segundo, qué importa!), con su restaurante, una cons­trucción típica de madera, rústica, con cuatro enormes venta­nales en la fachada principal, con un tejado abuhardillado, y una gran chimenea; su caseta del guardia, su aparcamiento concurrido de Fords T y algún Pontiac, su gran pórtico que indicaba el principio de la cañada, su mascota atada a un poste, un osezno, cuyas zarpas portaban unas auténticas cu­chillas de afeitar, y cómo no, su gigantesca bandera. La ban­dera de los gloriosos Estados Unidos de América. Todo ello en la inmensidad de un paisaje abrupto, con frondosos triga­les, con una temperatura algo fresca, con un bosque verde, muy verde... vamos, tan verde que parecía Asturias.

Jaime Menéndez, en 1928, durante el viaje a Mount  Washington.

 La vegetación desbordaba la esplendidez ecológica de la madre naturaleza, y así nos decidimos a tomar la senda ca­mino de la atracción estelar del parque. Cruzamos un pontón de madera de unos 80 metros de largo y 1, 80 m de ancho. A 30 metros había un fotógrafo, con su máquina nº 2 Brownie modelo B sujeta a su trípode de madera, fabricada en EE UU por Kodak entre 1907 y 1927, que proporcionaba unos nega­tivos de 6 por 9 cm... que en vez de negativos parecían posi­tivos. A partir de ahí, continuamos por la izquierda –siempre por la izquierda– por unas escaleras que crujían cada vez que apoyábamos nuestras suelas. De repente, por la derecha, nos sorprendió un peculiar sonido acuático. Era una maravillosa cascada que brotaba ante nuestras narices, en mi caso “medias narices”. Todo un armonioso espectáculo. Tras atravesar una pasarela anduvimos unos 4 km hasta posar nuestra mirada en el Lago Clouds, cuya superficie era un verdadero espejo donde se reflejaba todo lo que rodeaba tan bello paraje.


La famosa pasarela camino de Mount Washington.
Poco después nos situábamos delante de la estrella del par­que, el MOUNT WASHINGTON RAILWAY... por si hay algún des­pistado, el Ferrocarril del Monte Washington. Una maravilla de la ingeniería. Comenzó a funcionar el 3 de Julio de 1869 sobre una pendiente de casi 5 km y con un desnivel máximo del 37%. La locomotora, gallarda, tenía un ventanal rectangu­lar de 2 metros de ancho por 1 de alto, una chimenea similar a un embudo, con la parte delantera en forma de cilindro in­clinado, donde se encontraba la caldera, y un sistema de roda­mientos internos, innovadores en su día, llamados Cog (dien­tes de piñón). Tiraba de una pequeña vagoneta cargada de carbón y empujaba el imponente vagón de pasajeros. Vagón de madera, con sus doce ventanillas en forma de arco y sus doce filas de asientos separadas por un pasillo central. Ahora entenderán por qué la película de Buster Keaton me evocaba todo esto: “¡Más madera, más madera!”...

El  Ferrocarril de Mount Washington. 
–¡Que no, hombre, que eso es de la peli de Los Hermanos Marx en el Oeste!–. Alguien exclama. Y es que aquí, en el Más Allá, no pasan ni una.
... La verdad, fue toda una experiencia llegar a la cima del MONTE WASHINGTON. Tuvimos mucha suerte, ya que el día estaba totalmente despejado y pudimos deleitar nuestras reti­nas con la visión, en el horizonte, de Québec y del Océano Atlántico. Deseé que, si algún día tenía descendientes, alguno de ellos pudiese contemplar este sublime panorama; ahora bien, teniendo mucho de cuidado que no se los llevara el viento, que en esta zona sopla con la mayor virulencia del mundo, alcanzando 231 millas por hora... más o menos unos 330 kilómetros. Ni uno más ni uno menos...

El Lago Clouds.
Mi colección “librera” prosperaba y prosperaba, con ejem­plares que eran auténticas obras de arte por su texto, por sus ilustraciones, por sus encuadernaciones, por sus fundas...
Como por ejemplo: SURPRISING ADVENTURES OF ROBINSON CRUSOE del genial DANIEL DEFOE, con excelentes dibujos de EDWARD A. WILSON, y estampado por THE LIMITED EDITIONS CLUBS (1930); o“J. C. OROZCO” un ejemplar único impreso por DELPHIC STUDIOS (1932), con una introducción de ALMA REED, escritora y periodista de THE SAN FRANCISCO CALL y compañera de THE NEW YORK TIMES. JOSÉ CLEMENTE OROZCO (1883-1 949) era un pintor mexicano na­cido en Zapotlán (Jalisco) que junto con DIEGO RIVERA diri­gió el renacimiento Mexicano y el compromiso político hacía unos ideales más justos para la clase obrera. Entre sus traba­jos destacan los murales del Palacio de Bellas Artes, La Universidad de Guadalajara, el Colegio Pomona en California, el Dartmouth College de Nueva York... 
Bueno, y se preguntarán de mis devaneos amorosos. Pues les diré que me gustaban las mujeres, y que hasta ese mo­mento sólo una, EVELYN, una chica de NEW JERSEY, que co­nocí en la universidad, de familia pudiente, le encantaba y practicaba equitación, inteligente, dulce, amable, guapa y de cuerpo muy sugestivo, llenó parte de mi corazón. Pero no lo suficiente como para ser la mujer de vida.

Jaime Menéndez en su juventud, en Nueva York.
A mediados de 1932, THE NORTH AMERICAN NEWSPAPPER ALLIANCE me envió a Madrid para realizar una serie de reportajes sobre la Segunda República Española; intuí entonces que aquel encargo supondría un gran cambio en mi vida.
Y así fue.
Pero no se vayan todavía que aún hay más.

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