martes, 28 de julio de 2015

Cárceles franquistas: La plaza de toros de Alicante

Muchos fueron los lugares que Franco habilitó para encerrar a los presos políticos españoles: campos de concentraión, conventos, pisos, castillos, teatros, colegios o las plazas de toros. Gracias al libro La epopeya del "Chato" podemos conocer más datos sobre el cautiverio, sufrido por Jaime Menéndez "El Chato" en la plaza de toros de Alicante.


La plaza de toros de Alicante. 
Jaime Menéndez "El Chato", uno de los periodistas más relevantes del siglo xx, fue hecho prisonero, en Alicante, al final de la guerra civil española, esperando aquellos buques que al final nunca llegaron. Él y otros 18600 compañeros le acomañabaron en tan triste y sangrienta nueva realidad. Primero anduvieron en el campo de concentración de Los Almendros, en unas condiciones infrahumanas, sin nada que comer, nada que beber y, casi, sin nada que respirar.
"El Chato" supo, desde un primer momento, que su posición de periodista le obligaba a comenzar una lucha con la pluma contra el régimen facciososo para contar como eran tratados en aquella España de gloria católica y de paz.  Y se dispuso a escribir un diario, a escondidas, en un inglés muy rebuscado por si le pillaban, para que nadie lo entendiese. Ese gran  diario, compuesto por más de 5 docenas de capítulos, los  primeros los encondía en el doble fondo de su boina hasta que se pudo ir sacando, página a página, camufladas bajo la camiseta de su pequeño hijo Jimmy que le visitaba, junto con su madre Avelina Ranz, por los diferentes centros de reclusión.
Resumí uno de los capítulos del mencionado diario para mi libro La epopeya del "Chato", hoy, recupero unas cuantas líneas que cuentan el traslado desde el campo de concentración de Los Almendros a la plaza de toros de Alicante y las primeras vivencias que allí ocurrieron. Recuerden que esto es historia, historia viva de un testigo presencial que luchó con su vida para que ahora puedan leer estas líneas:



Al día siguiente, un grupo de unos cinco mil abandonamos el campo de concentración de los Almendros, ahora sin almendrucos, sin tallos, sin hojas y sin tiernas ramitas. Un lugar inhóspito, desolado y yermo. Dejábamos atrás unos cuantos días de nuestra historia, unos cuantos días de la historia de España.
―No pueden encontrar un lugar peor que este ―afirmó un camarada.
―Será mejor que esperes a ver ―le dije.
En la carretera, cinco mil hombres en formación de a cuatro pasamos ante las caras silenciosas de mujeres y niños, moradores de las casas vecinas, con miradas profundas, tristes; sus ojos llorosos les delataban... Dejamos la carretera para tomar un camino de tierra que desembocaba muy a lo lejos en una loma, en cuyo cenit se encontraba el Castillo de Santa Bárbara, una antigua fortaleza.
Y cuando muchos creyeron que esa era nuestra próxima morada, el camino que nos llevaba allí se quedó a un lado. Estábamos otra vez a las afueras de Alicante, frente a una zona residencial más poblada. Nos llegaron noticias de que el nuevo jefe militar de la ciudad era el Coronel Pimentel.
―¡Dios nos pille confesaos! ―exclamó un camarada.
―¿Dónde nos mandarán?
Era la pregunta angustiosa que salía de más de una garganta.
Al rato, se ordenó un alto. Fue recibido con gestos de alivio; habíamos recorrido unos tres kilómetros, hambrientos, sedientos y agotados. Muchos nos tumbamos, casi todos. Eso sí, bajo la extrema vigilancia de las escopetas, más en guardia que nunca. Uno de los nuestros suplicó a un soldado que le permitiera pedir un poco de agua. Después de consultarlo con el oficial a cargo, el permiso fue concedido... en caso de que le dieran agua, porque nadie podía moverse del lugar. Pero una señora que había seguido la escena gritó:
―¡Pepet, ve rápidamente por agua, tráelo en un vaso! ¡No, no, trae el botijo que están todos sedientos!
Y de repente, el lugar era un hervidero de mujeres, hombres y niños repartiendo agua, naranjas...
Se reanudó la marcha. Nuestro objetivo, toda una sorpresa: nada más y nada menos que la plaza de toros, donde Félix Colomo, el “TORERO ROJO”, había salido en varias ocasiones por la puerta grande. En ese momento éramos nosotros los que entrábamos por la puerta grande, y para no salir. ¿Para ser toreados? No, para ser estocados.
Allí, sobre la arena, estábamos agotados física y moralmente, demacrados, con la ropa manchada y sucia después de llevarla encima durante días, incluso para dormir... En el centro de la arena, una veintena de hombres, la mayoría uniformados, aunque había algunos civiles orgullosos de sus grandes y ostentosos emblemas con el yugo y las flechas cosidos en las solapas izquierdas ¾curiosamente¾ de sus chaquetas. Habían venido a inspeccionar “su ganado” en busca de alguna cara conocida. Entre ellos destacaba, únicamente por su altura, un oficial de la guardia civil, con actitud descarada y de petimetre, de mirada arrogante y dominante y con una mano derecha que parecía no ser capaz de soltar aquella aterradora pistola automática, fabricada sobre el principio de una escopeta recortada.
―¡Soltad cualquier arma o instrumento cortante o punzante que tengáis! ―dijo el oficial―: objetos como navajas, cuchillas de afeitar, espejos y demás. Será mejor para vosotros que no encuentre nada de eso cuando os registre.
Una veintena de artilugios que se ajustaban o no a la descripción cayó de los bolsillos. Yo mantuve escondidos una pluma, un portaminas y una pequeña libreta en la boina, aun a sabiendas del peligro que suponía. Pero había que arriesgarse. Era muy importante que todo fuese rigurosamente escrito para su divulgación en el futuro por mí, y si no fuese posible, por alguno de mis descendientes. Como ya dije, el orbe entero merecía conocer cómo se las gastaban esos facciosos sin escrúpulos.
―¡Aquí quiero una fila de oficiales, de capitán para arriba, y allí otra con los comisarios políticos! ―dijo de nuevo el oficial, arrogante, cómo no.
Muchos se colocaron en las filas, pero no todos. Hice ademán de incorporarme a la de los comisarios, pero un camarada, el camarada CORDÓN , me susurró al oído:
―¡No lo hagas!  Quédate aquí. No necesitan saber quién eres. Déjales que lo descubran si quieren.
Le hice caso. Aun así nuestra fila se hizo perceptiblemente más delgada. Enseguida comprendí que lo que supuso un pequeño paso para muchos, supuso un gran paso para su muerte. A nosotros nos llevaron al pasillo circular que rodeaba la plaza, de unos seis metros de ancho, de techo alto, suelo irregular de mortero en descomposición, con mucha gravilla y arena y poco cemento; lleno de sillas de paja trenzada, con los respaldos clavados a unas largas vigas, para ser utilizadas en espectáculos de boxeo o similares. Ese era nuestro nuevo hogar. Tuvimos suerte, porque los últimos seleccionados, unos ochocientos, fueron mandados a un lugar del patio de caballos. Un patio cuadrado con establos a un lado, en el centro un abrevadero, un vertedero, y un inodoro abierto ―sin tejado― que consistía en agujeros en el suelo, bastante parecidos a los que ofrecían las viejas y apartadas estaciones de tren. Un espectáculo asqueroso y vomitivo. Unos trescientos cincuenta  tomaron acomodo en los establos; los demás lo hicieron en el resto del patio húmedo, pero siempre perfumado por los vapores del inodoro. Y qué decir de los “más que lujosos” establos, sin luz, sin ventilación... Pero eso sí: en el suelo una mezcla de estiércol seco y paja hacía las delicias como colchón. Y con unos “moradores” de excepción: miles y miles de arañas que formaban, colgando del techo,  un espectáculo algo desapercibido por culpa de la luz tan tenue. 
Los hombres seguían llegando. Pronto nos quedamos sin espacio, por lo que eran mandados al coso, cuyo techo era el cielo: un lugar mayor que el pasillo pero que muy pronto convertiría en algo muy dulce el recuerdo del campo de Los Almendros. Allí había cerca de dos mil hombres, despatarrados en el suelo y sin escapatoria posible ante la lluvia. Tras una fuerte tormenta, unos cuantos centímetros de agua cubrían el suelo, ese enorme colchón colectivo que empapaba hasta las entrañas los cuerpos y los corazones de todos los camaradas, apiñados sin espacio. Y, sin embargo, en las gradas sólo cuatro guardias apuntando con sus ametralladoras y dispuestos a abrir fuego en cualquier momento.
Así pues, de los tres compartimentos habitables sólo uno tenía inodoro: el patio de caballos. En la arena no había ninguno, y en el pasillo circular sólo había urinarios a intervalos regulares. Por lo tanto, aquellos que querían deambular de acá para allá tenían la excusa perfecta. Pero pronto los oficiales decidieron regularlo, fijando unas determinadas horas del día para el uso de esas comodidades. Pronto se notarían las consecuencias...
De la comida “no nos podíamos quejar.” Pasamos  de una lata de sardinas para tres, a una lata para cinco, para terminar... Para terminar con una lata para siete, por lo que, curiosamente, en esos momentos había menos sardinas en la lata que hombres para compartirlas. Y el pan, más bien eran galletas, sin sal, sin levadura, duro como un cuchillo... No había cuchillo, no era necesario. A cada grupo de veinticinco hombres se les repartían de forma muy generosa, eso sí, tres panes de quinientos  gramos por pieza. A los pocos días la cantidad  distribuida quedó reducida a dos. Por lo tanto, la tarea de partir cada pan en unos doce pedazos era más que una obra de ingeniería. Cada uno de ellos debía pesar  cuarenta gramos, que junto al trozo de sardina era nuestro manjar hasta el día siguiente. Todo un banquete... Qué generosidad mostraba el Movimiento... Ahora bien, el proceso de masticación del pan se convirtió en un asunto entretenido… Pero muy lento. A fuerza de trabajo duro y fuerte voluntad se superaban numerosas dificultades. 
El trozo de pan era fácil de convencer; ahora bien, la “cama” era inflexible, dura como una roca. El espacio  de suelo disponible para cada camarada era tan estrecho que no había posibilidad de estirar las piernas, ni de estar en cualquier posición que no fuese de lado. En fin, toda una king-size. Así pues, dormíamos en grupos de amigos, apelotonados, tumbados de lado, la cara contra la espalda del vecino, las rótulas encajadas “cómodamente” en las corvas del vecino y, cómo no, las ingles ensambladas al glúteo del vecino. Menos mal que éramos camaradas... Tras un par de horas en tan “confortable” postura, la dura superficie del suelo de gravilla empezó a hacer estragos. El dolor iba in crescendo. El más ligero movimiento de uno afectaba al otro, pero el espíritu de cooperación estaba por encima de todo. Y pobre de aquel que tuviese la necesidad de levantarse: apenas sin espacio, dicho desplazamiento se convertía en una odisea. Ejercíamos de funámbulos  pero con una red algo especial: una red humana. Cuando uno se caía, lo hacía sobre el cuerpo de algún camarada, que se llevaba un susto de muerte. Muerte que acechaba peligrosamente.
A continuación les hablaré de mis “grandes amigos” del patio de caballos: los inodoros... Siendo muy fino, puesto que eran unos elementos repugnantes y desfasados. Supongo que durante una de esas corridas de toros, el respetable, con sus elegantes damas, jamás los utilizaría, porque si no... Daban la impresión de que iban a decir:
―¡Sólo hombres, por favor, sólo hombres!
Y es que el esmalte blanco de otros tiempos se había transformado en un óxido rojo amarillento, que finalizaba con una base de sedimentos blanquecinos que olían tanto que sólo pensar en ello, todavía hoy me produce repugnancia. Las visitas cada vez eran más numerosas, las colas se hacían interminables. Daba la impresión de que allí no había nada más que hacer que ir a los urinarios. Para más inri, los grifos de agua potable, muy utilizados para engañar al estómago y para lavarse, estaban al lado de esos urinarios.
Por si no hubiésemos tenido suficiente, el acceso a los inodoros del patio de caballos estaba restringido a unas horas por la mañana y a otras pocas por la tarde. ¿Y cuando afloraban los apretones? Pues nos veíamos en la necesidad de utilizar los urinarios. En un lugar preparado para tragar líquido, se tiraba también materia sólida, que quedaba allí amontonada, en un entorno húmedo, más adecuado para mantener sus indeseables cualidades frescas.
Pasaban las horas, los días. Los olores agrios parecían salir corriendo, llenos a rebosar, en la estela de un torrente que inundaba todo el vecindario. Era un terror casi inabordable. Aun así, teníamos que ir, no sólo para que la pestilencia aumentase sino también para lavarnos o beber. Jamás olvidaré las palabras de los camaradas:                                                                                                                  
—Si alguna vez tuvieses que contar cómo es este lugar nadie te creería.
—Lo más amable que te dirán es que has perdido el juicio —dijo otro.
—Bueno, la realidad en su aspecto más crudo es difícil de describir, y aun más difícil de creer. Los sentidos pueden perfectamente captar e incluso medir a veces nuestras propias experiencias, pero cuando se trata de hacer lo mismo con las experiencias de otro, fallan lamentablemente.
—Nunca me hubiese imaginado que los hombres pudieran ser sometidos a unas condiciones tan horribles.
—Para que puedas, en el futuro, recordar las lecciones del pasado.
—Quizás cuando llegue ese momento, la mordacidad intensa de estos suplicios haya perdido mucho de su significado. ¿Sabes?, el ser humano tiene una gran capacidad de olvido.
—Pero uno no debe olvidar —les dije—, no es tan fácil olvidar. Hay que darle algún significado a este sufrimiento. Hace poco tiempo, cuando aún luchábamos, si te hubiesen dicho que la derrota significaría esto, no lo hubieses creído. Una lección como esta puede ser de alguna utilidad. Mantén la mente abierta y los sentidos alerta. No olvides. Eso es todo.
—¿Y si no vuelves a tener una oportunidad?
—Aún tendrás otra oportunidad.

Y por si fuera poco, por las noches recibíamos la visita de los oficiales, con tres objetivos: saquear, saquear y saquear. Y pobre de aquel que se negase, la muerte le esperaba.   
                                                                                                                      
Y por si fuera poco, de igual manera, empezaron a surgir “parásitos” dentro de los nuestros. Hombres sin escrúpulos, que al unirse con dos o tres hacían una nueva lista imaginaria de nombres para recibir la ración que no les correspondía. Así, los que estaban los últimos de la cola no recibían nada o casi nada. A veces tuvimos que cortar la barra de pan en más de doce pedazos. Y si alguien se atrevía a quejarse, recibía como respuesta del oficial:
—No podemos hacer nada. Os damos lo mismo todos los días, os damos lo que se os debe dar. No guardamos nada para nosotros. Si no llega para todos, los ladrones están entre vosotros. Es vuestro asunto. Por favor, no nos molestes con esos asuntos. ¡¿Me oyes?! Y recuerda: entre nosotros no hay ladrones. Mira a tu alrededor. Quizás alguno de tus queridos camaradas…

Y por si fuera poco, también debíamos soportar los “mamoneos” de los soldados, conocedores de que a algunos aún nos quedaba algún objeto de valor. Recuerdo que uno dio una camisa, una muy buena camisa, por una barra de pan. Al poco rato se quedó también sin barra. Otro dio un buen reloj por barra y media de pan. A los pocos minutos, ese buen hombre se quedó sin barra y media de pan y sin saber qué hora era. Y así sucesivamente: los soldados fascistas se enriquecían a costa de nuestra hambre.

Y por si fuera poco, nos prohibieron ir a hacer nuestras necesidades a partir del toque de silencio. El mínimo intento de levantar la cabeza era respondido por una escopeta amenazante. Por lo tanto, a aquel que no se pudiese controlar sólo le quedaban dos posibilidades: la muerte, o defecar en un plato de aluminio, dejando la “cosa” allí. Por lo menos al plato se le daba alguna utilidad...
Y por si fuera poco, prohibido comunicarnos con nuestras familias. Ni ellas sabían de nosotros, ni nosotros de ellas. La angustia reinaba en nuestros corazones.




lunes, 27 de julio de 2015

Las memorias de Marcos Ana (Fernando Macarro): indispensables

Fernando Macarro, conocido como el poeta Marcos Ana, es uno de los personajes más importantes de la resitencia franquista durante la dictadura, sus memorias son de gran ayuda para comprender la verdadera cara de la dictadura franquista.

El libro de Marcos Ana muy bien acompañado. Foto Agencia Febus.
Todavía a estas alturas del siglo XXI todavía hay gente, incluso medios de prensa y diccionarios históricos, que catalogan a la dictadura franquista como un régimen totalitario pero, a la par, bueno y generoso con sus siervos. 
Los vencedores de la guerra civil española han escrito la historia de gran parte del siglo XX, incluso del XXI, falseándola y omitiendo decenas y decenas, o, mejor dicho, omitiendo miles y miles de hechos que jalonaron los casi 40 años de tiranía facciosa y asesina.
Uno de los centernares de miles de republicanos españoles que fueron hechos prisioneros al terminar la contienda fue Fernando Macarro, conocido como el poeta Marcos Ana. 
Fernando Macarro, miembro de la Juventudes Socialistas Unificadas en 1936, y el pintor comunista Ambrosio Ortega, recientemente fallecido, han sido los presos políticos españoles que más tiempo han estado bajo rejas. Pasaron más de 23 años pululando por diversos centros de reclusión de triste recuerdo para la historia de este país. Media vida robada por defender unos ideales fue el precio que tuvieron que pagar. Pero ¿cómo fuerom esos años de reclusión? ¿Cuántos compañeros fueron torturados y asesinados? ¿Cómo fue la resitencia antifranquista después de recobrar la libertad?
Las respuestas y muchas cosas más las podemos encontrar en el libro Decidme cómo es un árbol que son las memorias de Marcos Ana, sus recuerdos, sus experiencias, sus reflexiones, plasmados como solo un poeta de su talla sabe hacer. 
Esta obra refleja como fueron los años de la 2ª República, la guerra civil, las cárceles del franquismo y la resistencia antifranquista del poeta cuando salió de prisión en los primeros años 60. 
Marcos Ana fue tras su libertad portada de toda la prensa internacional, llegándose a convertir en todo un personaje de fama internacional. Fama que utilizó por todas las ciudades más importantes del mundo para intentar derrocar al régimen asesino de Franco y ayudar a los presos que todavía continuaban bajo rejas. 
No sería justo contarles más cosas de este libro ya que deben leerlo. Y si ya lo han hecho ya volverlo hacer poque son de esos trabajos también narrados que merece la pena repasar una y otra vez para entender, comprender y aprender la idiosincrasia del régimen franquista que no tiene nada que ver con la historia que contaron los vencedores de la guerra civil. Menos mal que tenemos libros como el de Marcos Ana para poner las cosas en su sitio.

viernes, 24 de julio de 2015

Recuperamos el Manifiesto de la Alianza de Escritores Antifascistas de 1936

El diario "La Voz", uno de los diarios republicanos del Madrid de la guerrra. Foto Agencia Febus.



Hoy, queremos recuperar un documento de gran valor historiográfico valor. Se trata del Manifiesto de la Alianza de Escritores Antifascistas para la Defensa de la Cultura de 1936. El mencionado manifiesto se publicó el 30 de julio de 1936 en el diairo La Voz, un periódico fundado por Nicolás María de Urgoiti en 1920 y dirigido en aquellos momentos por el intelectual republicano Paulino Massip.
Este manifiesto lo firmaron intelectuales y artistas de toda índole , entre ellos, María Zambrano, escritora, Rosa Chacel, escritora, Emiliano Barral, escultor, Luis Buñuel, cineasta, Luis Cernuda, poeta, Manuel Altolaguiire, escritor, Vicente Salas Vui, escritor o Jaime Menéndez "El Chato", que firmó en esa ocasión como escritor.
Es curioso que entre los firmantes figura algún falso republicano que más tarde se pasaría al lado franquista y es que el quintacolumnismo empezó muy a funcionar muy pronto incluso entre la intelectualidad. 
Las últimas líneas de este documento aclaran las ausencias de firmas como las de Rafael Alberti o Eugenio Imaz, miembros de la mencionada alianza.
Sin más dilación transcribimos dicho documento:


                 Manifiesto de la Alianza de Escritores 
            Antifascistas para la Defensa de la Cultura

Se ha producido en toda España una explosión de barbarie en que las viejas formas de la reacción del pasado han tomado nuevo y más poderoso empuje, como si alcanzasen una suprema expresión histórica al integrarse en el fascismo.
Este levantamiento criminal de militarismo, clericalismo y aristocratismo de casta contra la República democrática, contra el pueblo, representado por su Gobierno del Frente Popular, ha encontrado en los procedimientos fascistas la novedad de fortalecer todos aquellos elementos mortales de nuestra historia, que por su descomposición lenta venían corrompiendo y envenenando el pueblo en su afán activo de crear una nueva vida española. Contra la auténtica España popular se ha precipitado para destruirla o corromperla, envileciéndola con una esclavitud embrutecedora y sangrienta, como la de la represión asturiana; este criminal empeño de una gran parte del Ejército, que al traicionar a la República lo ha hecho de tal modo que ha desenmascarado la culpabilidad de su intención, agravándola con la de traicionarse a sí mismo en la falsedad de los ideales patrióticos que se decía defender, sacrificando la dignidad internacional de España y ensangrentando y destruyendo el suelo sagrado de su historia. Y esto con tal ímpetu desesperado, demoledor, suicida, que la trágica responsabilidad delictiva de sus dirigentes lo ha determinado con características vesánicas de crueldad y de destrucción acaso jamás conocidas en España; en una palabra: fascistas.
Contra este monstruoso estallido del fascismo, que tan espantosa evidencia ha logrado ahora en España, nosotros, escritores, artistas, investigadores científicos, hombres de actividad intelectual, en suma, agrupados para defender la cultura en todos sus valores nacionales y universales de tradición y creación constante, declaramos nuestra unión total, nuestra identificación plena y activa con el pueblo, que ahora lucha gloriosamente al lado del Gobierno del Frente Popular, defendiendo los verdaderos valores de la inteligencia al defender nuestra libertad y dignidad humana, como siempre hizo, abriendo heroicamente paso, con su independencia, a la verdadera continuidad de nuestra cultura, que fué popular siempre, y a todas las posibilidades creadoras de España en el porvenir.
Emiliano Barral, escultor
Luis Quintanilla, pintor
Angel Ferrán, escritor
Ramón Gómez de la Serna, escritor
Sánchez Arcas, arquitecto
Vicente Salas Viu, escritor
Miguel Pérez Ferrero, escritor
Luis Lacasa, arquitecto
Carlos Montilla, ingeniero
J. Prados, catedrático de Universidad
Juan María Aguilar, catedrático
José Fernández Montesinos, escritor
Santiago Esteban de la Mora, arquitecto
A. Rodríguez Moñino, catedrático y escritor
Rodolfo Halffter, compositor
Rosa Chacel, escritora
Timoteo Pérez Rubio, pintor
Carlos Díez Fernández, médico
Concha Albornoz, escritora
Blas J. Zambrano, maestro nacional
José Ignacio Mantecón, archivero
Antonio Porras, escritor
Luis Buñuel, realizador cinematográfico
Rafael Dieste, escritor
Antonio Sánchez Barbudo, escritor
Rosario del Olmo, periodista
Rodríguez Leona, pintor
Miguel Prieto, pintor
Ramón Iglesia, bibliotecario
Alfonso R. Aldave, escritor
Rafael Sánchez Ventura, profesor
Adolfo Salazar, escritor
Gustavo Durán, compositor
Juan Chabás, escritor
Delia del Carril, pintora
Emilio Niveiro Díaz, escritor
Julio del Camino, escritor
José Ribas Panera, escritor
Pedro Garfias, escritor
Jaime Menéndez, escritor
José Herrera, escritor
María Angela del Olmo, actriz
Eduardo Ugarte, escritor
José Ramos, periodista
Acario Cotapos, músico compositor
María Alfaro, escritora
Luis Pérez Infante, escritor
Joaquín Villatoro
Rogelio Martínez Casanova
Santiago Ontañón, pintor
Carmen Muñoz Manzano, inspectora de Primera Enseñanza
Emilio Delgado, escritor
Armando Bazán, escritor
Xavier Abril, escritor
A. del Amo Algara, escritor
Luis Cernuda, escritor
Manuel Altolaguirre, escritor
María Zambrano, escritora
W. Roces, catedrático
José Bergamín, escritor.
Como por premura de tiempo y dificultades de comunicación no se han podido recoger más firmas, se advierte a todos los que quieran sumar la suya a este manifiesto lo hagan enviando su adhesión a la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, Castellana, 18.

martes, 21 de julio de 2015

"El Chato" y la sublevación militar en Madrid

Pocos días después del alzamiento militar en Ceuta y Melilla se produjo en Madrid unos de los sucesos más relevantes de aquellos primeros momentos del golpe de estado contra la legalidad vigente: El asalto al cuartel de la montaña.

En el diario Política Jaime Menéndez "El Chato" publicó sus artículos sobre el cuartel de la montaña del 21 al 27 de julio de 1936.  Foto, digitalizada por Agencia Febus.
El 20 de julio de 1936, 3 días después de alzamiento en Ceuta y Melilla, se produjo en Madrid el asalto del cuartel de La Montaña, una fortaleza, situada en el barrio de Rosales donde hoy se encuentra el famoso templo egipcio de Debod.
Varios fueron los periodistas que informaron de aquel suceso, vivieron en primera línea de actuación todo lo que allí acontenció, no quisieron perderse ni un solo minuto de aquel tremendo lance espejo de uno de los momentos más relevantes del alzamiento militar. Sabían que si triunfaba dicho alzamiento en la capital, por parte de los militares acuartelados en La Montaña, la República tenía los días contados si de lo contrario se reducía la sedición, la República todavía tenía esperanzas de seguir con vida.
Dos de esos periodistas escribieron mucho de aquel asalto. Uno fue el arnarquista Eduardo de Guzmán por aquel entonces redactor de La Libertad, diario republicano independiente, dirigido por Antonio Hermosilla, que además de escribir sus crónicas en el mencionado rotativo hizo lo propio en el libro La muerte de la esperanza, reeditado hace poco por la editorial Vosa.  El otro fue Jaime Menéndez "El Chato" que publicó sus crónicas en el diario Política, órgano oficial de Izquierda Republica y cuyo director era Isaac Abeytua Pérez-Íñigo. 
Guzmán y "El Chato" eran amigos, compañeros, grandes escritores y, por supuesto, grandes periodistas defensores de la República,  coincidieron muchas veces trabajando pues vivían la profesión con la misma pasión, con el mismo oficio, el mismo rigor y la misma profesionalidad y  también coincidieron, por desgracia, en los campos de concentración y cárceles franquistas. 
Ambos reporteros cuentan en sus líneas sobre el asalto a La Montaña, con todo tipo de detalles, que gracias al pueblo, gracias a sus trabajadores, dependientes de la CNT y UGT, se consigió el éxito de la operación y es que, digan lo que digan, el pueblo de Madrid fue, como bien escribió Manuel Navarro Ballesteros, La Tumba de Fascismo.
En aquella operación fueron hechos prisioneros varios cosnpiradores, entre ellos, el coronel Fernández de la Quintana y el General Fanjul que fue juzgado por rebelión militar y sentenciado a pena de muerte, por lo que fue fusilado el 17 de agosto de 1936.
Hoy, 79 después de aquel acontecimiento, recuperamos para todos nuestros lectores una de las crónicas de Jaime Menéndez "El Chato", aparecida el 27 de julio de 1936 en el mencionado diario Política y en el libro Crónica General de la Guerra Civil, una selección de artículos realizada por María Teresa León y que fue presentada en el famoso Congreso de Intelectuales antifascistas de 1937, celebrado en Valencia. Dicho libro ha sido reeditado recientemente y cuenta con artículos de la Pasionaria, Luisa Carnés, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Antonio Machado, Ramón J. Sender, Miguel Hernández o Salas Viu, entre otros.
A continuación transcribimos uno de los 4 artículos de Jaime Menéndez "El Chato" que aparecen en el mencionado libro.

Fotografía digitalizada por Agencia Febus.

En el cuartel de La Montaña

Adherido a la pared hállase un mapa donde las banderitas rojas, negras, amarillas y verdes, registran posiciones, avances, retrocesos, etc, en la titánica lucha empeñada. Entran y salen ordenanzas, con órdenes, con recados, con telegramas. Entran y salen oficiales y mecanógrafas. Se reciben cosntantes llamadas telefónicas. Se dan y se redactan instrucciones. Se reciben partes registrando las posiciones y los movimientos de las tropas, que pasan rápidamente al mapa. Las banderas rojas están ya enclavadas en el Alto del León y en Somosierra. Las fuerzas leales dominan todas las posiciones estratégicas de la sierra.
    Pero perdón, lector; estoy contando algo que no he visto. Estoy reproduciendo el relato de una amigo íntimo, con quien me encontré en la glorieta de Atocha. A tiempo que charlamos pasa un pelotón de campesinos, con su típica blusa de percal, y campesinas, con su no menos típica saya volada. Saludan, con vigor y gracia, alzando el puño en actitud antifascista. Ellas, sobre todo. Han venido a luchas dondequiera que sea y como quiera que sea, por  la República, las instituciones democráticas, porque las conquistas del pueblo ni se pierdan ni se diluyan.
    Con todo el interés que tienen las calles españolas en estos días, hay otra cosa que de momento nos llama más la atención. Es la habitación aquella, con los mapas y las banderitas.

Espíritus del pueblo

Lo que mi amigo me cuenta tiene para mi -y acaso también para el lector que lo desconozca- considerable importancia.
   -Vamos allá -le digo-. Tú me presentas.
  -Con mucho gusto. Son unas personas excelentes; buenos amigos, sobre todo. Pero no intentes sacar nada para publicarlo. Estos militares del pueblo tienen un concepto particularísimo de su misión. Para ellos la disciplina lo es todo, junto con el cumplimiento del deber. Y lo que hacen no responde al deseo de obtener halagos ni glorias pasajeras. No te dirán una palabra. Sería, pues, desleal que después de oírme los fueses a ver y contases cosas que ellos no te dijesen. 
   -Si no se enfandan -advertrle-, iré después de perdiles que me perdonen.
    En el Parque de Artillería del Pacífico se organizó la defensa de la República. Cuando hube escuchado lo que mi amigo me contó, bien entereado de lo sucedido, en mi, al menos, no quedaba un atisbo de duda.

¿Será indiscreción?

  No sé si debiera contar todo lo que oído. Aun dewspués de la victoria, que ha puesto definitivamente a salvo las instituciones democráticas, se experimenta una extraña sensación, al considerar lo que hubiera de haber salido a las calles las fuerzas facciosas del Cuartel de la Montaña; cuando todo el mundo del ejército está sublevado; cuando en los puestos de más alta responsabilidad se traicionaba aquello que se había jurado servir; cuando, en fin, todo estaba perdido menos el valor, la audacia, la visión y el sentimiento noblemente humano de unos militares hacia quienes nunca podrá el pueblo español pagar lo que por él ha hecho.
    Seré todo lo prudente que pueda. Y me callaré muchas cosas. Aun después de pasado el peligro que, en resumen, ha servido solo para afirmar la inquebrantable resoñución de este pueblo singular de no admitir más espuelas pretorianas clavads en el alma nacional.
     La República se salvó con 5.000 fusiles 20 cartuchos para cada uno, 200 granadas, dos carros de combate de 14 toneladas, cuatro ametralladoras y un cañon del 15,5.

Un hombre de visión

    Algo más había. Pero éste ha sido el impulso inicial, que sembró la confusión y el terror entre los sediciosos.
    -Desde unos días antes del movimiento faccioso, el teniente coronel don Rodrigo Gil -dice mi amigo- hacía todo lo posible por paralizar las maniobras tenebrosas que se iban tejiendo para atrapar las instituciones populares y destrozar las libertades populares. Actuaba contra las órdenes que recibía de superiores traidores; era víctima de la persecución y el ensañamiento de la oficialidad pretoriana. Todo para él eran sin sabores. Pero tenía el convencimiento de que su profesión le prohibía sus servicios al lado de los intereses y propósitos de un grupo faccioso, no importa lo nutrido que estuviese.
    En el Parque de Artillería había miles de fusiles, armas para el pueblo en el caso de que se llegase a semejante necesidad, pero sin cerrojos. Se los habían llevado al Cuartel de la Montaña, porque no se creía que allí estaban seguros. Al Cuartel de la Montaña, refugio de facciosos. Esto lo hicieron, por supuesto, gobernantes que temían al pueblo. Pero cuando sonó la hora de peligro los cerrojos seguían allí.

Diario Política, 1º de agosto de 1936. Foto digitalizada por Agencia Febus.

Consigue 5.000 cerrojos

   Después de mucho insistir, el teniente coronel del Parque de Artillería consiguió que le diesen 5.000 cerrojos, con el pretexto de examinarlos. Llevaban tiempo guardados y había que ver en qué estado se hallaban. También logró algunos cartuchos y otras municiones. Había, por lo menos, para empezar. Ya se vería luego que sucedía.
   El teiniente don Gabriel Vidal, otro héroe de la jornada, junto con el capitán Orad de la Torre, puso inmediata y apresuradamente en servicio dos carros de combate de 14 toneladas. Organizó una columna. La dotó con fusiles, ametralladoras, munición, etc. Y fué a recibir instrucciones, cumpliendo órdenes del teniente coronel.

Expectación popular

    Esdtaba el pueblo en la calle. Sabía todo Madrid lo que pasaba en el Cuartel de la Montaña. Quería armas.
     -No se atreven a dárnoslas.
     -Temen al pueblo.
     -Esto es inexplicable.
     -No hay vergüenza.
     -Abandonan a los defensores de la República.
     Todo esto se decía en la calle. Ante la Casa del Pueblo. Ante el local de la Izquierda Republicana. En la Puerta del Sol. Por dondequiera, en fin.
    Pero lo que el pueblo no sabía es que el Gobierno y las escasísimas fuerzas -unos cuantos hombres dispersos, perseguidos y ultrajados por sus facciosos compañeros- no tenían armas. Las que había para defender Madrid estaban en el Cuartel de la Montaña.
     Sentía el Gobierno la misma angustia -mil veces multiplicada, porque tenía conocimiento de lo que sucedía- que el pueblo heroico y generoso. Pero ¿qué hacer?

Llega la solución

     La solución la dieron estos hombres, ayudados por un equipo de leales servidores, de obreros incondicionales. 
     Arrancó la previsión del del teniente coronel Gil 5.000 cerrojos a los militares facciosos. Presidió el teniente Vidal la reparación inmediate de dos carros de combate de 14 toneladas, y encontró la pieza de 15,5. Movilizó el capitán Orad de la Torre las dos piezas del 7,5. Y se fueron a buscar los 47.000 cerrojos que se esperaban para entregar los fusiles almacenadosben el Cuartel de la Montaña al pueblo que esperaba el momento de salir en defensa de su República.
   Con estas armas y una dotación deficiente, por lo escasa, se logró dominar el más vasto movimiento subersivo que registra la historia patria.
    Gracias a esta previsión y a la voluntad de estos hombres, se logró evitar la catástrofe. Pero quedan muchas cosas, no menos admirables en la jornada que aplastó al enemigo usando para ello sus propias armas. Para defender la República se ha ido a buscar armamento y munición a las guaridas enemigas.

Las cosas se hacen

   Serían las siete cuando salió la pieza del 15,5 que destrozó totalmente la moral, quizás nada elevada, del enemigo. Mi amigo, testigo presencial de la jornada, me cuenta algunos detalles.
    -Era arrastrada la pieza con dificultad, pero también con decisión, por una camioneta de los obreros de Mahou. ¡Magnífico espectáculo el que se daba a nuestro paso por las calles del Madrid! A cualquiera que no fuese a defenderlo todo, jugándoselo antes todo, le daría vergüenza.
      A medida que avanzábamos -agrega- se nos iban sumando artilleros que luego habían de sernos de gran utlilidad. Salimos hasta sin gente, porque la columna que había organizado el teniente Vidal había salido, en su ausencia, para otro sitio, a sitiar el campamento. Lo mismo ocurrió con los dos carros de combate, que no entraron en acción hasta bastante después. Debido a la dificultad para arrastrarse por la carretera, quedaron parados y no pudieron llegar al campamento. Se dierion órdenes para que volviesen al Cuartel de la Montaña. Este estaba sitiado por la Guardia Civil, de Asalto, Milicias, etc. Por todas las Milicias que pudieron armarse con aquellos 5.000 fusiles y los que había en el Parque de la Dirección General de Seguridad y otros sitios.

Los tres saludos

     Cuando el teniente Vidal llegó con su pieza del 15,5 ya estaba allí el capitán Orad de la Torre, con dos piezas de artillería del 7,5. Se emplazaron las tres en la entrada de la avenida de Blasco Ibañez, junto al Coliseum -donde no llegó a funcionar, por considerarse el emplazamiento poco conveniente, siendo trasladada poco después-, en la calle Bailén, esquina a la plaza de España, y la tercera en la calle Ferraz encañonando la entrada al cuartel.
  Con el capitán Orad estaban el maestro Capel y grupo de gentes leales y heroicas, cuyo comportamiento contribuyó grandamente al resultado final.
    -Al disponerse a bombardear el cuartel -me cuenta mi amigo- el capitán Orad y el teniente Vidal hicieron los tres disparos de saludo y conminación. El primero lo brindaron el teniente Faraudo; el segunto al teniente Castillo, y el tercero, para que estuviesen bien advertidos, a los facciosos del Cuartel de la Montaña.
    -Poco después de empezar el bombardeo, desde la torreta de la iglesia de los frailes carmelitas se les hicieron numerosos disparos, al parecer con pistola ametralladora. El capitán Orad hizo virar un cañón y lanzó dos granadas sobre la torreta, que la hicieron saltar. No volvieron a hostilizarlos. Inmediatamente el cañón fué nuevamente puesto en posición.

Estrategia singular

     -La Providencia -agrega- ha demostrado ser republicana. Pero la Providencia está integrada por muchas cosas. Estos valientes soldados del pueblo que pelean a pecho descubierto, con inigualado arrojo; esas fuerzas leales de la Guardia civil y Asalto. La aviación, la escuadra y muchas cosas. Pero cuando se hable del Cuartel de la Montaña que no se olvide la previsión y lealtad del teniente coronel Gil, del capitán Orad y del teniente Vidal, herido en una pierna en la refriega.
   Empezó a vomitar la pieza de 15,5 de sus entrañas de acero granadas rompedoras. Con solo el estallido tumban a quien se encuentre en un radio de 20 ó 30 metros, dejándolo casi asfixiado. Hallábase la pieza en batería en la esquina de la calle Bailén y la plaza de España. No perdía un disparo.
   A poca distancia operaban las piezas que mandaba el capitán Orad. Hacían disparos de cinco en cinco minutos sobre el frente Sur. A fin de enfilar mejor, y no perder una sola granada, el teniente Vidal avanzó la pieza hasta el pie mismo del convento de los carmelitas.
   -El capitán Orad, cada cuatro disparos, empezó a cambiar la posición de sus piezas.

Confusión en el Cuartel

   -¿Por qué hacía eso?-pregunto a mi amigo.
   -Para dar a las fuerzas facciosas la sensación de que se contaba con mucha artillería. Armada con estaba aquella gente, una salida, que no podría impedirse con sólo tres piezas, produciría en el mejor de los casos, incontables bajas.
   Las impresiones que pudimos recoger después del asalto del cuartel indican la confusión que reinaba dentro. "Pero, ¿de dónde ha sacado el Gobierno tanta artillería?", dicen que se preguntaban los oficiales y jefes sublevados. Los cañones de Orad tan pronto disparaban desde un sitio como desde otro. La eficacia de su intervención fue extraordinaria. Y los destrozos de la pieza del 15,5 acabaron de convencerlos que aquello tocaba a su fin.
    A todo esto se añade el entusiasmo y la decisión de los miles de guardias civiles y de Asalto y milicianos que abrían fuego incesante de fusilería y ametralladora. Para dar cima a la obra, pasado bastante tiempo, llegaron los dos carros de 14 toneladas, para situarse a la entrada.

¿Quién se atrevería a salir?

     Con estos monstruos delante, con el arrojo de los sitiadores, con el convencimiento de que había abundancia de piezas de artillería, ¿quién se atrevería a salir? Se rindieron, llenándose de gloria las fuerzas y Milicias del pueblo, y de vergüenza, los facciosos.
     Así se tomó el Cuartel de la Montaña.
    -Cuando fuimos a buscar las cajas de los cerrojos -me informa mi amigo-estaban debajo de una capa de polvo de dos dedos. Era el polvo de los ladrillos destrozados por el bombardeo.
     Con estos cerrojos se armó al pueblo y adquirió mayor impetu la lucha contra los facciosos. Con la artillería que se tomó en el Campamento, empezaron a disponerse de piezas para ir ensanchando la base de operaciones.
   Bien puede decirse que la subversión, dominada en Madrid al ser reducido el Cuartel de la Montaña, se ahoga con el funcionamiento de las armas, manejadas por el pueblo, tomadas a los facciosos. Hoy este heroico y arrojado Ejército Popular, dirigido por un personal técnico capacitado y leal a toda prueba, dispone de todos los medios necesarios. Visto el desenvolvimiento de las operaciones, nada de extraño tiene el que Mola haya preguntado a Cabanellas que como dispone el Gobierno de tantas fuerzas.


Para la defensa de la República

   Y todo esto puede concluir recordando lo que ya sabe todo el mundo, o, como solía decir el historiador Macaulay, cualquier niño de edad ewscolar: Los dominios de la República vuelven a ensancharse. Las comunicaciones directas llegan al Mediterráneo, estableciendo contacto con todo el litoral levantino y casi todo el litoral andaluz y la frontera protuguesa. Desde Cataluña hasta Andalucía, las gentes se alzan en armas contra los facciosos. Las dotaciones de gran número de cuarteles han sido puestas a disposición de las gentes del pueblo. 
    Ya se ha tenido conocimiento repetidamente de la llegada a Madrid de columnas organizadas en provincias, cargadas de armas y municiones. Ahora las que siguen organizándose no tienen por qué venir aquí. No hacen falta. Caen sobre Zaragoza o sobre Sevilla. Sitian a Oviedo o asedian a Cáceres. Ni un solo reducto enemigo se ve libre de la amenaza tremenda de este pueblo sin igual en todas las crónicas escritas.
    La abundancia de armamento es extraordinaria: fusiles, artillería, aviación, buques de guerra, todo, en una palabra, puesto el servicio de la República. Y ese fervoso entusiasmo del pueblo, contra el cual se estrellan todos los levantamientos facciosos, aunque alcancen, como éste, a todo el Ejército de la nación.

      

   
           

      





    


  


miércoles, 15 de julio de 2015

El Teniente Tomás de Prada, el primer asesinado del alzamiento

Muchos son los datos que todavía quedan por conocer de la guerra civil y el franquismo. Una de las causas es el soterramiento por parte del franquismo de muchos hechos que ocurrieron en aquella época, entre ellos, el asesinato del teniente republicano Tomás de Prada.

El Teniente, fiel a la República,Tomás de Prada Granados. Foto Gentileza de Anonio Granados Valdés de su libro Autobiografía de alguien poco importante, digitalización Agencia Febus.
Pocos son los historiadores, investigadores o periodistas que han hablado del asesinato del Teniente Tomás de Prada Granados y es que el franquismo ha hecho todo lo posible por esconder el mayor tiempo posible muchas de sus tropelías, barbaridades y asesinatos.
En 2004 el periodista e historiador Paco Sánchez Montoya fue uno de los primeros en hablar del asesinato del teniente Tomás de Prada en su gran trabajo Ceuta y Norte de África: república, guerra y represión 1931-1944. Un libro muy interesante donde se desmenuza todo lo ocurrido en esos años y muy minuciosamente la sublevación militar de Ceuta y Melilla. El autor indica que el mencionado teniente fue arrestado la noche del 17 de julio pero sin embargo que fue asesinado el 15 de agosto, algo que no tiene mucho sentido, ya que el Teniente de Prada era uno de los pocos oficiales que defendían la legalidad vigente, es decir, la 2ª República.
Sin embargo, según tambíén datos del mencionado Sánchez Montoya, el Teniente Prada está enterrado en una fosa común junto a Francisco Farfante Moreno y Juan Medrano Martín, miembros del Partido Socialista Obrero Español. Todo esto induce a pensar que la fecha del 15 de agosto es la que enterraron a estos tres defensores de la República y no la de sus respectivos asesinatos. 
Hace pocos días, me puse en contacto con Paco Sánchez Montoya para conocer de donde había sacado esos datos. Me comentó que en unos documentos oficiales figuraba esa fecha como la de su muerte pero reconocía que podían estar equivocados. Yo voy mucho más allá ¿equivocados o falseados?
A mi que me ha tocado investigar asuntos muy parecidos me he encontrado con documentos oficiales donde falseaban u omitían fechas e informaciones de mi abuelo. Algo relativamente frecuente en el modus operandi del régimen franquista.
Lo mejor de todo esto es que según Antonio Granados Valdés, Secretario General de las Juventudes Socialistas Unificadas, en Nerva, en 1935, escritor, pintor, y, además,  familiar del Teniente de Prada, el crimen tuvo lugar el 17 de julio de 1936. Es más Antonio Granados lo cuenta todo pormenorizadamente en su libro, de obligada lectura, titulado Autobiografía de alguien poco importante.

Un joven Antonio Granados Valdés nada más ingresar en los Regulares. Foto Gentileza de Anonio Granados Valdés de su libro Autobiografía de alguien poco importante, digitalización Agencia Febus.

Antonio Granados, según cuenta en su libro, decidió en enero de 1936 irse a Ceuta ya que tenía a allí a su primo que era el mencionado Tomás de Prada , Teniente de Regulares Jefe de Seguridad de Ceuta, que le destinó en una de las dos unidades, creadas para defender a la República ante cualquier intento subversivo contra ella. Por ese motivo se enteró que el 29 de junio se reunieron en el Llano Amarillo, una gran parte del Ejército de África, para decidir la fecha de la sublevación y los objetivos a alcanzar. 
El 17 de julio, estando Antonio Granados de servicio de vigilancia en el Estación Militar de Haddú se enteró de la sublevación en Melilla, se pusó en contacto con su primo que le reconoció que estaba al tanto de todo, pero que había hablado con Casares Quiroga y que éste le había dicho que no interviniese ya que era una "Sanjurjada" y que, debido a estas palabras, se iba a poner en contacto con Azaña para explicarle que la situación no era una "Sanjurjada".
Poco después el Teniente de Prada fue detenido por el Comandante Civantos que le incitó a que se uniera a la rebelión pero su respuesta fue negativa ya que era un defensor de la legalidad vigente por lo que Civantos ordenó, a dos capitanes de Regulares, que le llevaran a la Prisión del Hacho donde fue asesinado, dándole dos tiros en la nuca y abandonándole ante los muros de la mencionada prisión. Unas semanas más tarde Antonio Granados también fue detenido, torturado y maltratado, por el régimen franquista pero de eso nos ocuparemos en otra entrega.
Así pues si tenemos en cuenta el testimonio escrito y oral de Antonio Granados Valdés, que es lo que procede en este caso, el Teniente Tomás de Prada Granados fue asesinado el 17 de julio de 1936, siendo muy probablemente la primera víctima mortal del alzamiento faccioso.

El testimonio oral de Antonio Granados, entrevistado por la Agencia Febus lo deja todo muy claro:

jueves, 9 de julio de 2015

El nieto de "El Chato" en un documental sobre el Diario "España" de Tánger

Se está grabando un documental sobre el diario España de Tánger, dirigido por el periodista Fernando Santiago, y que contará con los testimonios de historiadores, investigadores, familiares y algún superviviente que trabajó en dicho periódico.

El escritor e investigador Chema Menéndez, entrevistado para el documental. Foto Agencia Febus.
Aunque ya el escritor Chema Menéndez tiene terminado un documental sobre el diario España de Tánger que pronto verá la luz, hoy, en el Centro Internacional de Prensa de Madrid, ha sido entrevistado para otro documental que curiosamente trata también del mencionado heraldo.
Menéndez, durante su entrevista, ha reivincado la importancia de ese periódico, origen, según él, de la "Transición periodística", es decir, de la lucha antifranquista en la prensa española y la importancia de su abuelo, en todo ese affaire, ya que fue su máximo valedor, en una época de dictadura donde por mucho menos le fusilaban a uno. 
Este documental está dirigido por el periodista Fernando Santiago, colaborador de El Diario de Cádiz, Radio Cádiz, de los programas La Mirilla y La Hora de Andalucía de Canal Sur, director del programa Café del Correo de 8 Televisión y jefe del servicio de vídeo de la Diputación Provincial de Cádiz, teniendo a sus espaldas más de 250 documentales, y cuenta con el apoyo de la Asociación de Prensa de Cádiz y la Diputación Provincial de dicha ciudad.
El mencionado documental contará también con testimonios de primer orden como, por ejemplo, el de Bernabé López García, Catedrático de Historia y un experto en temas tangerinos, Domingo del Pino, escritor, periodista, investigador y gran conocedor de la historia de Tánger y algún superviviente de la redacción del rotativo como es el caso de Manuel Cruz Fernández, director del heraldo en la época en que las autoridades marroquíes obligaron, en 1971, su cierre.
Así pues parece que, poco a poco, y gracias, entre otras cosas, al trabajo del nieto de "El Chato" el diario España de Tánger empieza a conocerse cada vez más, algo que nunca tenía que haber ocurrido pues es una las piezas más importantes para entender la historia del franquismo y su idiosincrasia.

Chema Menéndez en un momento de la entrevista. Foto Febus.
Otro momento de la grabación. Foto Febus.
El equipo del documental con Fernando Santiago, a la cabeza, y el nieto de "El Chato". Foto Febus.
El otro documental del diario "España" de Tánger que pronto verá la luz. En la foto vemos a Núñez, Cohen, "El Chato", Corrochano hijo, Coello, Pereda y García Pastor.

domingo, 5 de julio de 2015

Eugenio Imaz, rescatado por su nieto

Eugenio Imaz es uno de los intelectuales republicanos españoles más relevantes de la 2ª República pero, desgraciadamente, caído en el olvido. Su nieto ha recuperado su figura en una trilogía documental, publicada en You Tube, titulada Aitona. Abuelo. 


Eugenio Imaz, uno de los grandes intelectuales españoles que defendieron los valores de la 2ª República. Foto Archivo Agencia Febus.
Eugenio Imaz Echeverría, era mucho más que un filósofo y traductor, era uno de esos grandes intelectuales miembro de Generación del 27 que estampó su saber hacer en dos de las mejores revistas de la 2ª República: Revista de Occidente y Cruz y Raya, una publicación, dirigida por José Bergamín y que tuvo una nómina de colaboradores excelente, entre ellos, Pablo Neruda, Miguel Hernández, Luis Cernuda, Manuel de Falla, Luis Rosales o Jaime Menéndez "El Chato".
Existía en el café Lion que estaba situado en la calle Alcalá de Madrid una tertulia llamanda "Cruz y Raya" donde además de los colaboradores de la revista podía verse a hombres de la talla de Federico García Lorca o Rafael Alberti.
Pero no queremos desgranar más de la vida de este insigne intelectual Eugenio Imaz, lo mejor es que vean esta trilogía realizada por su nieto, conocido como Yuleno en You Tube, para conocer más profundamente a este gran personaje.